|
foto: clase Teatro Físico 2017 |
"Bienvenidos,
bien recién llegados. Somos, pretendemos ser...quizás nunca lo seamos..."
Son las primeras líneas que se grabaron en
mi memoria en aquel lugar.
Hace años, me preparaba para las Justas
de la LAI con un grupo de baile, cuando pasé por el teatrito, Ch 122. En ese momento no significaba más que un número
de salón en un recinto universitario. Estaba prendido; estaba abierto; me
invitaron a pasar. Qué emocionante, pensé, a estas horas de la noche...no sabía
nada, de nada. No sabía que en ese
recoveco encontraría a mi familia. No
sabía que en ese rinconcito aprendería cómo organizarme, en comunidad, para
trabajar por lo que amo.
Estas personas hablaban en metáforas y
cantaban porque sí. ¡Las risas! Todas las risas...recuerdo reír tanto, y sin
miedo. Sin miedo a que me mandasen a
callar, ni a bajar la voz...cosa que no era normal porque las señoritas decentes no
se ríen ni hablan tan alto. Podía preguntar y nadie me llamaba rara, sino
que, al contrario, esas preguntas nos ayudaban a confeccionar mundos, otros, distintos,
que nos permitiesen ser libres. Qué locura; hay que ser una demente: soñar
y crear mundos para unos segundos en el escenario. Aquel escenario, en el Teatrito, era inmenso,
no en tamaño, pero en posibilidad.
A ese escenario nadie sube hasta que no se trabaje organizando y limpiando el
almacén, la cabina y el camerino. En el teatrito, eso estaba muy claro. Para poder ser actora primero tengo que ser
teatrista... Todo el mundo puede subir a un escenario, claro que sí, y es precisamente por ello que de igual manera todos limpiamos y cuidamos
del espacio. Tan sencillo. Tanta claridad.
Llegar al teatrito ha sido la cosa más grande en mi vida hasta el día de hoy.
Recuerdo que llegué ocultando el llanto, me acababan de suspender por insubordinación de
aquel grupo de baile. Allí me preguntan: ¿has hecho teatro antes? Le
contesté: No.
No puedes treparte con zapatos a las tablas, a
menos que sean vestuario de personaje. No digas mucha suerte, se dice
mucha mierda. No decimos McBeth dentro del teatro. Hoy hay ensayo
general; no se duerme. No nos vamos hasta lograr ritmo, el que
queremos, hasta que se pinte el último bastidor, hasta probar cada vestuario y
cada cambio de luz.
¡Candela! Por allá Jumea. Pirufiru. Pujú.
No me imaginé un oficio de esto, una
vida haciendo lo que amo, eso era impensable para toda persona a quien se lo mencionaba. Ni siquiera para aquellas personas que nos
acompañaban, quienes lo harían solo hasta que se graduaran.
Entonces nos graduamos.
Poco a poco, nos fuimos a distintos espacios del planeta...algunas de nosotras
con la ingenua percepción de que podíamos hacer arte y aún sobrevivir.
Caminar como práctica. Compartir la mesa como profesión. Siempre pensando cómo
construir la poesía que logre abrir el corazón de quienes decidan parar por
unos minutos para algo tan efímero y fútil como el teatro.
Regresar fue otro cuento. Ya con las
maletas vacías y las gargantas apretadas por papeles volvemos al pueblo que
sembró aquella semilla. Planes y libretas llenas de ideas para comenzar
desde cero, de nuevo. Cada vez había que comenzar desde abajo, de vuelta al suelo.
Ahora lo hacíamos sin miedo de ser exportados porque esta isla es nuestra casa. Lastimada y oprimida. Es una casa colonial.
¿Por qué no se van para San Juan? ¿Allá se hace arte y a lo mejor consiguen
alguito pa' trabajar? Casi como un
mantra nos repiten que aquí no hay ná, que mejor nos vayamos pa’ otro sitio. Obstinadas y pisoteadas embestimos repetidamente:
poesía en el callejón, performance en la esquina, teatro en el barrio, arte en
las escaleras, taller en la sala, galería en el paseo, circo en la
plaza... cualquier cosa que nos permita imaginar que otros mundos son
posibles.
Se crean juntes y el tiempo permite que sean las semillas
sanas, las ancestrales, las que se propaguen.
Somos más, somos muchas, y
nos vamos a quedar haciendo esto, esto que me dicen que no se puede hacer, porque sí,
porque podemos y porque queremos, porque lo soñamos, porque somos insubordinadas.
z
27 de marzo de 2020