viernes, 12 de junio de 2020

Empezó otro mes...



Empezó otro mes en este calendario que es el de siempre aunque lo desconozco.

La rebelión de las vidas negras se expande, crece, se intensifica. “Black is not a country. Black is an ocean of thought. Black is a shoal. Black is a galaxy. Black is a cosmology. Black is an archipelago. Black is the fragmented chain of island thought.” (Tao Leigh Goffe)

En estos días, he leído mucha gente preguntar a personas que se dedican a

enseñar, investigar y escribir que por qué escribir. Trato de recordar que escribir es, desde la pequeñez propia del alcance de cualquier cuerpa humana, atestiguar los tiempos, documentarlos, demarcar un espacio en la memoria colectiva para sostenerlos. Creo que escribir es siempre apostar al futuro, asumiendo el riesgo inherente al presente.

No sé nada, pero intento bear witness: un atestiguamiento activo, comprometido, participativo.

Es demasiado lo que encaramos al mismo tiempo: el precipitado de tanta injusticia trabada para formar una gran maquinaria de extracción, violencia, dolor, explotación, muerte. Arrancada incluso del puño de un virus invisible, la calle arde, otra vez. Como puente incierto y tenaz, como islote de coral, como cordillera volcánica bajo el mar, la lucha enlaza cuerpes asediades cuya voluntad, a pesar de todo, de todo, de todo, es seguir en pie.



Beatriz Llenín-Figueroa

5 de junio de 2020

Cabo Rojo

viernes, 27 de marzo de 2020

Celebramos teatro en el 2020

foto: clase Teatro Físico 2017


"Bienvenidos, bien recién llegados. Somos, pretendemos ser...quizás nunca lo seamos..."  

Son las primeras líneas que se grabaron en mi memoria en aquel lugar. 

Hace años, me preparaba para las Justas de la LAI con un grupo de baile, cuando pasé por el teatrito, Ch 122.  En ese momento no significaba más que un número de salón en un recinto universitario.  Estaba prendido; estaba abierto; me invitaron a pasar.  Qué emocionante, pensé, a estas horas de la noche...no sabía nada, de nada.  No sabía que en ese recoveco encontraría a mi familia.  No sabía que en ese rinconcito aprendería cómo organizarme, en comunidad, para trabajar por lo que amo. 

Estas personas hablaban en metáforas y cantaban porque sí.  ¡Las risas! Todas las risas...recuerdo reír tanto, y sin miedo.  Sin miedo a que me mandasen a callar, ni a bajar la voz...cosa que no era normal porque las señoritas decentes no se ríen ni hablan tan alto.  Podía preguntar y nadie me llamaba rara, sino que, al contrario, esas preguntas nos ayudaban a confeccionar mundos, otros, distintos, que nos permitiesen ser libres.  Qué locura; hay que ser una demente: soñar y crear mundos para unos segundos en el escenario.  Aquel escenario, en el Teatrito, era inmenso, no en tamaño, pero en posibilidad.

A ese escenario nadie sube hasta que no se trabaje organizando y limpiando el almacén, la cabina y el camerino.  En el teatrito, eso estaba muy claro.  Para poder ser actora primero tengo que ser teatrista... Todo el mundo puede subir a un escenario, claro que sí, y es precisamente por ello que de igual manera todos limpiamos y cuidamos del espacio.  Tan sencillo. Tanta claridad.

Llegar al teatrito ha sido la cosa más grande en mi vida hasta el día de hoy.  Recuerdo que llegué ocultando el llanto, me acababan de suspender por insubordinación de aquel grupo de baile.  Allí me preguntan: ¿has hecho teatro antes? Le contesté: No. 

No puedes treparte con zapatos a las tablas, a menos que sean vestuario de personaje.  No digas mucha suerte, se dice mucha mierda.  No decimos McBeth dentro del teatro. Hoy hay ensayo general; no se duerme.  No nos vamos hasta lograr ritmo, el que queremos, hasta que se pinte el último bastidor, hasta probar cada vestuario y cada cambio de luz.  

¡Candela! Por allá Jumea. Pirufiru. Pujú. 

No me imaginé un oficio de esto, una vida haciendo lo que amo, eso era impensable para toda persona a quien se lo mencionaba.  Ni siquiera para aquellas personas que nos acompañaban, quienes lo harían solo hasta que se graduaran. 

Entonces nos graduamos.

Poco a poco, nos fuimos a distintos espacios del planeta...algunas de nosotras con la ingenua percepción de que podíamos hacer arte y aún sobrevivir.  Caminar como práctica.  Compartir la mesa como profesión.  Siempre pensando cómo construir la poesía que logre abrir el corazón de quienes decidan parar por unos minutos para algo tan efímero y fútil como el teatro. 

Regresar fue otro cuento.  Ya con las maletas vacías y las gargantas apretadas por papeles volvemos al pueblo que sembró aquella semilla.  Planes y libretas llenas de ideas para comenzar desde cero, de nuevo. Cada vez había que comenzar desde abajo, de vuelta al suelo.  Ahora lo hacíamos sin miedo de ser exportados porque esta isla es nuestra casa.  Lastimada y oprimida. Es una casa colonial.  

¿Por qué no se van para San Juan?  
¿Allá se hace arte y a lo mejor consiguen alguito pa' trabajar?  Casi como un mantra nos repiten que aquí no hay ná, que mejor nos vayamos pa’ otro sitio.  Obstinadas y pisoteadas embestimos repetidamente: poesía en el callejón, performance en la esquina, teatro en el barrio, arte en las escaleras, taller en la sala, galería en el paseo, circo en la plaza... cualquier cosa que nos permita imaginar que otros mundos son posibles. 

Se crean juntes y el tiempo permite que sean las semillas sanas, las ancestrales, las que se propaguen.  

Somos más, somos muchas, y nos vamos a quedar haciendo esto, esto que me dicen que no se puede hacer, porque sí, porque podemos y porque queremos, porque lo soñamos, porque somos insubordinadas.  

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27 de marzo de 2020